
Los últimos discos de U2, por lo menos los tres más recientes, comparten una misma característica. A primera oída pueden pasar casi como un puñado más de canciones en la larga lista de composiciones que Bono y The Edge han creado en más de 20 años de carrera. Pero ya a la segunda pasada se empiezan a captar las texturas, los ingredientes escondidos en las múltiples capas con las que se arman las canciones de No Line On The Horizon. Y ahí es cuando el disco se abre y se deja descubrir. Es allí cuando salen a la luz los secretos guardados por Brian Eno y Daniel Lanois en sendas pistas de Pro Tools.
Quitemos de entrada la sosa Get On Your Boots, que aunque pegadiza, no deja de ser un simple single adelanto –relegado a la mitad del disco– y nada más. Lo interesante pasa por otro lado. Pasa por No Line on the Horizon (la canción) y su fraseo hipnótico; pasa por Magnificent y su regreso con gloria a los días de Joshua Tree y The Unforgettable Fire; pasa por la guitarra coqueta de Stand Up Comedy y el riff espeso de Breathe (acaso uno de los mejores temas del disco), con un Bono que suelta las frases como un predicador en una mañana de domingo hasta llegar al estribillo, untable en la memoria tras la primera repetición.
Y si Bono es la nave insignia, The Edge es el faro que le marca el camino. Sin jugar al guitar hero del punteo vertiginoso, muestra que su virtud pasa por saber tocar esa fibra interna que te mueve el piso, por tocar pocas notas pero valiosas, por dejar su marca indeleble bien en alto.
No Line On the Horizon no será el disco definitivo en la carrera de U2, pero sí es una buena gran excusa para salir a conquistar el Mundo otra vez.
Por Santiago Gallo Bluguermann